sábado, 12 de diciembre de 2009

El Hombre que escuchaba


Existió un hombre que tenía un don excepcional: tenía el don de saber escuchar. En su ciudad natal era un personaje muy respetado y sobre todo muy querido. Había escuchado varias historias, relatos y secretos inconfesables varios de los cuales probablemente se los llevaría a la tumba. Aquel hombre, sin saberlo, en varias ocasiones ayudó a cambiar vidas, a quitar cargas emocionales, a compartir lágrimas y de vez en cuando sonrisas. No se trataba de un sabio o un entendido pues pocas veces dio consejos, pero sabía escuchar y mostraba igual interés y atención a cada palabra que salía de los labios de quienes lo buscaban. Todo iba muy bien hasta que cierto día miró a su alrededor y se percató que estaba solo, todas aquellas personas a las que había ayudado no estaban. Después de tanto tiempo sintió la necesidad de ser escuchado, había tantas cosas dentro de su alma y era su anhelo darle un refrigerio a su corazón sacándolo todo, sin embargo, no había nadie que pudiera ayudarle, o al menos así lo determinaban las circunstancias. Pensó en el por qué de todo aquello, donde estaba la justicia divina, si había sembrado buenas obras dónde estaban entonces los frutos, que sería de él ahora. Por un largo tiempo decidió apartarse de todo y de todos, necesitaba estar solo y encontrar algunas respuestas. El tiempo hizo su obra y para su sorpresa se dio cuenta de algo: el callar el dolor propio y sentir el ajeno era lo que le daba sentido a su vida, y que el instante de flaqueza que había experimentado era pasajero. Era tiempo de levantarse, sacudirse el polvo y seguir con la misión que él había aceptado: ayudar al prójimo. Aquel hombre decidió volver a su terruño, y empezó de nuevo su obra; posiblemente no será recordado como el hombre más sabio del mundo o el más rico o el más poderoso, pero sin duda alguna su nombre alcanzará la eternidad porque entendió que la expresión más grande del amor hacia los demás es el sacrificio.

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